Los mercados del gourmet -el de San Miguel, en Madrid, o la Lonja del Barranco, en Sevilla- nacieron con la vocación de transformar viejas plazas de abastos casi en desuso en templos de la gastronomía, pero sin perder su esencia ‘canalla’. No lo han conseguido. Entre tanta copa de champán, platos de ‘nouvelle cuisine’ y loza de diseño han perdido sustancia y se han convertido en una modernez más. 
Quien quiera asistir a un verdadero banquete para el sentido del gusto, que el próximo año acuda a Melgar de Fernamental, a la Feria de la Huerta. Es auténtico, no dan gato por liebre. Y no solo hay hortalizas, que no solo de verdura vive el hombre. Los puestos ofrecen de todo, embutidos, encurtidos, dulces, miel, fruta y ajo, mucho ajo. Normal, es que va con todo. Y quien quiso pudo degustar  el producto sin pagar. No había bonitas azafatas pasando bandejas con pequeños bocados, prepararon tapas como Dios manda, en plato de plástico y a mano de cualquier cliente. Viandas con sabor a pueblo, pueblo. ¿Quieren algo más genuino? 
A las 10 de la mañana los comerciantes y productores ya estaban instalando sus puestos. Allí se encontraban Samara y Mario, que hace dos meses acaban de abrir en Melgar la tienda Amarillo-Limón. Ilusión es un término que se queda cortó para describir el estado de ánimo en que se encontraban. Dispusieron su puesto con todo detalle y no necesitaron más que  el color intenso de sus frutas para decorarlo. «Hemos tenido una gran acogida, aunque junio y julio son meses de verano y suelen ser buenos; hay que esperar al invierno», explicaba Samara. Se nutren de productos de la zona cuando es temporada. Las giganteas -la cabeza del girasol con sus pipas-, las lechugas, tomates, etc. El resto del año acuden a los mayoristas para adquirir el género. También venden productos ecológicos, como los copos de avena de Frómista.
También andaba por allí un clásico de la feria, Santiago Díez, que tiene huerta en el mismo Melgar. Pepinos, lechugas y tomates lucían esplendorosos en su expositor. Bueno, él está acostumbrado, se recorre los mercados de la provincia (Oña, los carros de Burgos, etc.). Confiaba en vender todo lo que tenía. «Bueno, esperemos que no tenga que llevarme nada a casa», decía.
Daniel Bilbao le da a todos los palos, a los dulces y pasteles, los embutidos y los encurtidos. Y es un comerciante experimentado en las plazas de la comarca. Así se gana la vida. Yendo de pueblo en pueblo -Villadiego, Saldaña, Castrojeriz, el mismo Melgar...- ofreciendo sus productos. Y su semblante no es demasiado optimista, en oposición a Samara y Mario, quizás por su veteranía, porque ha vivido tiempos mejores, los anteriores a la crisis. «Está muy flojo, como todo», afirma cabizbajo, vencido un poco por la resignación. Aunque eso sí, el amor por el oficio no lo pierde.
José María del Olmo, el nuevo alcalde de Melgar, acudió a las 12 a la Feria, la hora de la inauguración. Se acercó a todos los puestos, habló con sus titulares, les preguntó por sus negocios, escuchó sus cuitas y les dedicó palabras de ánimo. Normal, es consciente de que la afluencia a estas ferias «ha bajado un poquito», aunque los vecinos de Melgar, igual que hace 20 años, «siguen estando contentos». También ha disminuido el número de turistas en la zona, pero confía en que «vayan regresando cuando se pongan en marcha nuevos proyectos».
Tres productores de ajo pegaban la hebra, pues aunque son competencia se llevan bien. Manuel Torres, Lorenzo Alonso y Pablo Rodríguez hablaban del sector agrícola, de lo mal que está. De hecho no se pueden dedicar en exclusiva al ajo. «Tenemos huerta, tenemos secano, no podemos vivir solo de esto», afirmaba Lorenzo. «Esto es como un entretenimiento», le secundó Pablo. 
¿De Guadalajara?, le preguntó un vecino a Julián Ribalda. Así es, es el tercer año que su empresa, Sauca, acude a Melgar para vender sus embutidos. También están en Quintanilla del Agua. Y Jesús Ángel Escudero acudió desde Villarramiel (Palencia), donde desde hace 20 años gestiona un negocio de elaboración de chacinas.