Silbaba el mulero y, al escucharle, el esclusero abría los gatos y, poco a poco, la esclusa se llenaba de agua. Cuando el nivel se equilibraba, se abría la segunda esclusa y ¡hala! a seguir la sirga. El barquero agarraba el timón y el mulerillo enganchaba las acémilas para que tirasen otra vez de la barcaza canal arriba. Así seguían su viaje acuático por un mundo que nunca antes había visto ni barcos ni agua.

El Canal de Castilla, tal vez la más impresionante y desconocida obra de la ingeniería civil española, nació a finales del siglo XVIII con la vocación de unir los resecos terrenos de Tierra de Campos con el mar Cantábrico. Los canales debían transportar, en un alucinante viaje, el trigo y la harina del granero de España a las colonias de ultramar, al resto del mundo. Con forma de Y invertida, se proyectó para que tuviese más de 400 kilómetros, pero la llegada del ferrocarril acabó por matarlo. Los caminos de hierro sepultaron el camino de agua. Solo se concluyeron 207 kilómetros. El sueño ilustrado quedó en barbecho. Aquel río de piedra tuvo que conformarse con ser vía para el transporte local y el regadío.

Dos siglos largos después, el realizador riosecano Eduardo Margareto, nacido junto al canal, estrena un intenso documental (El Canal de Castilla. El sueño ilustrado) en el que el canal es protagonista. "Se han hecho bastantes documentales sobre el tema, pero se trata de trabajos que utilizan el canal como un vehículo para ir de un sitio a otro, para hablar de los pueblos y lugares de su entorno, dejando en muy segundo plano al propio canal. Mi documental no, en él el Canal de Castilla es absoluto y completo protagonista", explica el cineasta.

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