A cincuenta kilómetros de la capital de la provincia se encuentra la localidad de Melgar de Fernamental. En ella Castilla reposa y brota cuando debe, bañada por las sosegadas aguas del emblemático canal por el que de nuevo navega el San Carlos de Abánades, barco que, recuperado hace unos meses, descubre al visitante el paisaje y la historia de la villa, una de las cuatro de Amaya que, compañeras de páramos y campiñas, se conjuran contra la despoblación con un proyecto cultural común del que la red de redes da detalle: www.cuatrovillas.com.

Melgar luce como lo que es: un enclave milenario, regado por el Valdavia y el Pisuerga, que presume de estar a la vera de «la obra de ingeniería hidráulica de mayor envergadura llevada a cabo en España durante la época moderna», el Canal de Castilla, convertido en «un valioso y aislado ecosistema que sirve de refugio a una notable comunidad botánica y ornitológica». Un paseo por el barco que cada fin de semana recorre durante una hora el tramo entre Carrecalzada y el acueducto de Abánades permite asomarse a tan estimulante estampa.

Pero hay más. Y es que este municipio, que ronda los 1.700 habitantes, destaca también por otros encantos, desde gastronómicos, con una rica huerta de la que las oriundos se enorgullecen, hasta culturales, dado el rico patrimonio que atesora en sus templos y casonas.

Cabe significar que la falta de huellas históricas previas a la documentación que registra la repoblación de la villa por Fernán Armentález complica precisar quienes fueron sus primeros moradores, aunque se sabe que la zona albergó poblados celtas y su entorno -como demuestran restos hallados- estaba conectado por la vía romana que unía Tarragona con Galicia.

El entramado urbano de la localidad ofrece buenos ejemplos de arquitectura propia de la zona. Las guías detallan que «el pueblo se distribuye en torno a la plaza del Ayuntamiento y a la iglesia parroquial de la Asunción de Nuestra Señora, Bien de Interés Cultural desde 1992».

Un paseo por sus espaciosas calles desvela edificios de ladrillo viejo y piedra, casas de entramado de madera y plazas porticadas. «La ermita de Santa Ana se levanta en la Plaza Mayor, al igual que el palacete plateresco de Fernán López del Campo, actual sede del Ayuntamiento. La Casa del Cordón, del siglo XVI, o la casa solariega de los Palazuelo-Emperador, del siglo XVIII, sirven como muestra de las casonas nobles de la villa», relatan las guías.

La primera acoge el salón de teatro Rodríguez de Celis y la segunda es sede del Museo Etnográfico Pilar Ramos de Guerra. Este espacio, que reúne objetos «como retazos de la historia colectiva», nacía en el año 2005 fruto de una ilusión individual a la que la voluntad institucional permitió cobrar forma.

Destaca en el catálogo de monumentos emblemáticos, por importancia y vínculo emocional con los lugareños, el santuario de la Virgen de Zorita, que otrora sirvió de templo para un municipio desaparecido en el siglo XV. No obstante, la devoción se mantuvo y hoy permanece y se concreta en tres citas: la rogativa de San Marcos, el Voto de la Villa -que data de 1833 y reúne a cientos de vecinos- y la romería de la Cofradía de Zorita.

La ermita de San José, a medio camino entre Melgar y Zorita, es otra parada recomendada por lo peculiar de su ubicación.

A las tres fechas enumeradas se suman otras que dan lugar a un nutrido calendario festivo. Arranca en enero con San Sebastián ySan Fabián y continua en marzo con San José y su feria. Ya en agosto, en honor a Nuestra Señora de la Asunción y San Roque, la villa celebra sus fiestas patronales, plagadas de actividades para todas las edades.

Fuente de la noticia: El Correo de Burgos